Tarrasch, menospreciado en su patria por judío
El peón envenenado, la ocupación del centro, cómo deben manejarse las torres contra los peones pasados, algunas propiedades de los alfiles de colores opuestos en el medio juego y de una mayoría de peones móviles en un flanco…
Las enseñanzas y postulados de Siegbert Tarrasch, conocido como “El Maestro de Alemania” y continuador de la obra de Wilhelm Steinitz, las cuales profundizó, siguen teniendo validez a casi nueve décadas de su muerte, acaecida el 17 de febrero de 1934.
Nacido en un día como hoy, 5 de marzo de 1862, en Breslau, Prusia (la misma cuna de Adolf Anderssen), su origen judío lo perjudicó, sobre todo por el antisemitismo que ya existía en su patria desde antes de los inicios del nazismo. De hecho, la prensa germana minimizaba sus grandes logros en los torneos, en contraste con el reconocimiento que recibía en el extranjero.
Ya desde 1885, el propio jugador se quejó amargamente de la situación luego de terminar como subcampeón, detrás de Gunsberg, en el torneo de Hamburgo. Textualmente dijo: “Toda la prensa extranjera me reconoció sin reparos, especialmente Zukertort en ’Chess Monthly´ y Steinitz en ‘International Chess Magazine’…, pero toda la prensa alemana de ajedrez guardó un silencio elocuente”.
Dos fueron las grandes pasiones de Tarrasch: el ajedrez y la medicina, y en ambas destacó, pues llegó a ser un gran maestro y se graduó de médico cirujano, profesión que ejerció durante muchos años y evitó que sobresaliera más en el universo cuadriculado.
Notable impulsor de la teoría ajedrecística, muchos lo consideraron el mejor jugador del mundo en la última década del Siglo XIX. No les falta razón, pues el brillante judío ganó con autoridad los fuertes torneos de Breslau, 1889; Manchester, 1890; Dresde, 1892; y Leipzig, 1894. Además, en 1893 viajó a San Petersburgo para sostener un match con Mikhail Chigorin, que terminó empatado a 11 puntos.
La fuerza de su juego se hizo patente aún en el famoso torneo de San Petersburgo, 1914, donde ocupó un muy meritorio cuarto puesto, sólo por detrás del entonces campeón mundial Emmanuel Lasker y dos que luego se ceñirían la corona universal, Alexander Alekhine y José Raúl Capablanca, a quien derrotó en su partida personal. Ese evento fue su canto del cisne, pues no volvió a tener actuaciones sobresalientes en competencias.
Para su mala suerte, fue contemporáneo de Lasker y eso muy probablemente evitó que se ciñera la corona de monarca universal. En un match por el título en 1908, Lasker se impuso cómodamente por 10.5 puntos a 5.5.
Pese a que su profesión de médico le ocupaba gran parte de su tiempo, escribió varios libros muy elogiados, entre ellos “Trescientas partidas de ajedrez”, que hoy en día aporta invaluables cátedras sobre el juego posicional y de ataque, y “La moderna partida de ajedrez”.
Incluso contribuyó como pocos al análisis de las aperturas y en la defensa Francesa una de las líneas más socorridas lleva por nombre variante Tarrasch. En el Gambito de Dama nos legó la defensa Tarrasch.
Entre las numerosas frases célebres del alemán, hay varias que son auténticas lecciones en miniatura para los jugadores. Una de ellas alcanzó jerarquía de regla, la conocida como “regla de Tarrasch”: “Las torres deben colocarse detrás de los peones pasados, sean los propios o los del contrario”.
Citamos algunas más:
“Caballo en el borde, deshonor para el buen jugador”.
“Aquel que le tema a un peón de dama aislado, debería retirarse del ajedrez”.
“Antes de los finales, los dioses han colocado el medio juego”.
“En la apertura nunca debe capturarse el peón caballo dama con la dama, pues generalmente está envenenado”.
“Una mayoría de peones móviles en un flanco es preferible a un peón libre, pero bloqueado”.
“Las partidas más difíciles de ganar son las partidas ganadas”.
“No debe permitirse avanzar el peón torre enemigo hasta la sexta fila; hay que bloquearlo avanzando el propio peón una o dos casillas”.
“En el medio juego los alfiles de distinto color, lejos de conducir siempre a tablas, favorecen al bando que tiene la iniciativa”.
“Si no dominas el centro, tu oponente tiene una posición más libre. Si no tienes centro, tienes algo de qué preocuparte”.
“Los puntos débiles en la posición de tu rival deben ser ocupados por piezas, no por peones”.
Pero la que siempre perdurará mientras exista el juego ciencia es: “…el ajedrez, como la música, como el amor, tiene la virtud de hacer feliz al hombre”.