
El enfermizo ruso que llegó a campeón mundial cumple 68 años
Anatoli Evgenyevich Karpov, aquel enclenque y enfermizo ruso que llegó a ser uno de los más grandes campeones mundiales en la historia del ajedrez, cumple 68 años este 23 de mayo.
Como Capablanca, Karpov aprendió a mover los trebejos a los cuatro años de edad viendo jugar a su padre. Sólo que las razones fueron distintas. El pequeño Anatoli sufrió una enfermedad que le impedía salir a la calle a jugar con otros chicos de su edad, así que se quedaba encerrado en su hogar y su compañero de juego habitual era su progenitor.
A los siete años, un vecino lo inscribió al club de ajedrez de una fábrica metalúrgica y ahí comenzó a despertarse su genio. A los 13 años, su destreza le permitió convertirse en alumno del ex monarca mundial Mikhail Botvinnik.
Todo mundo ha tenido grandes equivocaciones, pero la que cometió el genial Bottvinnik fue un “oso” memorable. Un buen día, o más bien dicho un mal día, al referirse a Anatoli, el veterano patriarca del juego ciencia soviético comentó: “No entiende nada de ajedrez”.

Pero cuando en 1975 el joven ruso se alzó con el título mundial, Bottvinnik se tragó sus palabras. Y es que Karpov se convirtió en uno de los mejores estrategas del juego posicional y un virtuoso de los finales.
El entonces soviético fue campeón mundial 10 años seguidos y luego otros seis, de 1993 a 1999, cuando hubo un cisma en la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), que desconoció a un rebelde Gary Kasparov.
Antes y después de ser campeón universal, sus grandes cualidades le permitieron ganar más de 160 fuertes torneos, un récord difícil de igualar, y se mantuvo nada menos que 38 años en la lista de los 100 mejores jugadores del planeta.
Un hecho curioso marcó el primer gran triunfo internacional de Anatoly. En 1966, la Federación de Checoslovaquia le pidió a la Unión Soviética que les mandara a dos representantes para lo que supuestamente era una competencia juvenil, así que Moscú envió a Karpov y a Viktor Kupreichik.
Una vez en Praga, se dieron cuenta que el torneo no era juvenil y estaba lleno de experimentados competidores. Como quiera que sea, se les admitió y terminaron haciendo el 1-2, con Karpov en el sitio de honor.
Al hablar de Karpov es inevitable recordar los maratónicos duelos que sostuvo con su compatriota Kasparov, ante quien defendió su título en 1984 en una serie polémica que la FIDE suspendió, oficialmente porque se había demorado demasiado, cuando Anatoly tenía ventaja de cinco victorias contra tres con 16 tablas.
Al año siguiente, Kasparov lo destronó al vencerlo en apretadísimo choque por un solo punto de diferencia. En Sevilla, en 1987, otro campeonato mundial entre ambos terminó igualado 12-12 y Gary mantuvo la corona, que volvió a retener en Nueva York en 1990, de nuevo por una diferencia de un solo punto.
El primer libro que estudió Karpov fue “Capablanca”, escrito por Panov, lo que influyó mucho en el gusto que le tomó al juego posicional y al altísimo nivel que alcanzó en finales. Quizá la mejor descripción de su maestría sea el comentario de Vladimir Kramnik al perder una partida con él en Linares en 1994.
Kramnik, quien en el año 2000 destronó a Kasparov, admitió que no podía entender qué había pasado, cómo él, que estaba en la élite mundial, había perdido un final sin que cometiera errores evidentes. Anonadado, sólo atinó a atribuirle el hecho al “estilo karpoviano”.
Anatoli no sólo ha legado a la afición su maestría en cientos de partidas, sino que ha escrito varios libros, algunos en colaboración con Evgeny Guik, en el que hace derroche de amenidad en la enseñanza de los secretos de la milenaria disciplina.
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