Spielmann y “El arte del sacrificio”
El mayor enemigo del ajedrez en toda su milenaria historia ha sido el nazismo. El régimen de terror del Tercer Reich persiguió y aniquiló a miles de ajedrecistas de origen judío y ciudadanos de Europa del Este.
Una de sus grandes víctimas fue un genio del ataque, Rudolf Spielmann. El autor del libro “El arte del ataque” nació en Viena, Austria, en el seno de una familia judía, en un día como hoy, 5 de mayo de 1883. Su talento y fértil imaginación lo convirtieron en “el último romántico del ajedrez”.

A lo largo de su carrera de casi tres décadas, se enfrentó 12 veces a Capablanca y fue de los escasos jugadores que salieron a mano con el cubano: dos victorias, ocho tablas y dos derrotas. En ese lapso sostuvo alrededor de 1,800 partidas oficiales, participó en más de 120 torneos y en 50 matches individuales.
Entre las decenas de competencias que ganó está el de Semmering 1926, donde quedó por arriba de Alekhine, Rubinstein, Nimzovitch, Tartakower, Vidmar y otros 12 notables maestros. También destaca el segundo lugar que obtuvo en Carlsbad 1929, empatado con Capablanca y por delante de Euwe, Bogoljubow, Rubinstein, Marshall y Maroczy, entre otros 14 fuertes jugadores.
A Spielmann, abogado que nunca ejerció, como Morphy, le afectaron mucho las dos conflagraciones mundiales. En la primera combatió en las filas del ejército austriaco y en la II Guerra Mundial las huestes de Hitler lo obligaron a huir primero a Praga, luego a Holanda, donde ganó algún dinero dando exhibiciones de partidas simultáneas, y por último a Estocolmo, Suecia, donde murió el 22 de agosto de 1942 en la más absoluta pobreza.
Rudolf aportó mucho a la teoría de las aperturas, a tal grado que en varias hay líneas que llevan su nombre, como en la defensa Caro Kan, la Siciliana, Holandesa, Francesa, Alekhine, Eslava, Benoni, el contragambito Blumenfeld y la Nimzoindia.
Su estilo fue siempre brillante en la ofensiva, pero distaba de ser sólido, aunque se desempeñaba muy bien en finales. Incluso escribió varios artículos que tratan sobre esa fase del juego. Nunca pudo librarse de la inconsistencia. Podía brillar en un torneo y hacer un papelón en el siguiente.
Una frase suya habla muy bien de su tipo de juego: “Un buen sacrificio es uno que no es necesariamente notable, pero deja a tu oponente deslumbrado y confundido”. Su estilo es muy parecido al de Andersen y Mikhail Tal, que podían incendiar el tablero con sus combinaciones.
En “El arte del sacrificio”, el austriaco hace gala de gran amenidad y desmenuza las principales ideas y conceptos inherentes en las entregas de material que aderezaban sus batallas sobre el tablero y que con frecuencia parecían obra de un prestidigitador.
Una vez, Tal expresó una frase que se hizo famosa: “Hay dos tipos de sacrificios, los correctos y los míos”. Décadas antes, Spielmann coincidió en que hay dos tipos: los verdaderos y los simulados. Los primeros son aquellos en los que no se consigue ventaja material en las siguientes cuatro o cinco jugadas, pero debilitan la posición del rival.
Los simulados son aquellos en los que no se arriesga nada, ya que se sabe a ciencia cierta que acabarán en posterior ganancia material o red de mate. Sus partidas están repletas de ambos tipos de sacrificios, para deleite de los ajedrecistas de todos los niveles.