El ajedrez, ¿guerra, arte o juego?
De vez en cuando, en las últimas cuatro décadas algún dirigente religioso o político en diversos países ha prohibido el ajedrez o ha desaconsejado su práctica, pese a que cada vez más gente está consciente de los grandes beneficios que aporta entre niños, jóvenes y adultos.
En naciones musulmanas, en China e incluso en Occidente no ha faltado algún despistado que, sin entender el juego ciencia, promueva su prohibición.
El edicto de un ayatola iraní prohibió totalmente la práctica del juego cerebral en 1979. Aparte de fomentar la violencia, decía, “hace perder tiempo y dinero y propicia rivalidad y enemistad porque hace que la gente rica sea pobre y la pobre sea rica”.
Hace unos pocos años, en Arabia Saudita hubo un pronunciamiento similar de un clérigo de alto rango que sostuvo que el Islam prohíbe el ajedrez porque hace perder el tiempo y lleva a la enemistad a la gente. Otros eruditos islámicos afirmaron que ese juego puede ser adictivo.
Quizá pueda pensarse que el asunto se deba a que el rey generalmente lleva una cruz, lo que se relaciona con el cristianismo, pero en los países árabes el soberano lleva en la corona una media luna, así que la cuestión no va por ahí.
La propia China, que ahora está a la vanguardia en el avance del juego ciencia varonil y femenil, sobre todo entre niños y jóvenes, llegó a prohibir ese juego en 1976, en los tiempos de la “Revolución Cultural” encabezada por “la banda de los cuatro”.
En Occidente, una publicación de los “Testigos de Jehová” se pronunció en 1973 contra la milenaria disciplina por “promover la guerra”. La portada de la revista “Despertad” preguntaba en un título con grandes letras: “El ajedrez, ¿qué clase de juego es?”.
En el interior, su contenido daba su propia interpretación: Es un juego que fomenta la guerra y la violencia. “Para ser un jugador de ajedrez profesional, uno tiene que ser un asesino”, dice la actriz Sylvia Miles, citada por la revista.
“El espíritu de competencia en el ajedrez puede alcanzar un alto grado de agitación, que se refleja en las actitudes y el lenguaje de los jugadores”, afirma la publicación. Por fortuna, tal punto de vista al parecer pasó pronto al olvido.
Pero los grandes enemigos de ese arte, juego, ciencia y deporte han existido desde hace siglos. Citamos algunos: En Japón el ajedrez fue prohibido en el año 690 y en 1005 hizo lo mismo Egipto, donde el tradicionalista fatimita al-Hakim ordenó incinerar todos los tableros y piezas.
Por considerarse como “depravación”, en el año 1125 el juego fue proscrito en algunas iglesias bizantinas, pese a que el emperador era un consumado trebejista. En 1205, el obispo de París prohibió al clero practicar el ajedrez.
Cinco años más tarde, el ayuntamiento de Roma les prohibió esa práctica a los sacerdotes. La misma situación se registró en Worcester, Inglaterra, y en 1255 en la región francesa de Occitania.