Tigrán Petrosián y su fama de invencible
Esta frase podría perjudicar la carrera de más de un instructor. Por lo menos disgustará a muchos de ellos, sobre todo a los que adolecen de falta de humildad. “El mejor entrenador de un ajedrecista es uno mismo”, afirmó rotundamente el ex campeón mundial Tigrán Petrosián.
Y eso que el armenio, que en su apogeo cobró fama de invencible, tuvo entre sus mentores a su genial compatriota Guénrij Kasparián, por unanimidad aclamado como el mejor exponente en el arte de la composición de finales y creador de numerosas posiciones artísticas que aun hoy día les sirven como preparación a los mayores talentos del mundo.
La gran solidez que alcanzó el ultra sólido Petrosián, maestro de la profilaxis, llegó a tal nivel que cuando en un Campeonato de la URSS perdió las dos primeras partidas, un apasionado seguidor y paisano suyo le hizo una pregunta que dice mucho: “¿Quién le autorizó a usted a perder?”.
Su fama de imbatible no era gratuita. A lo largo de dos décadas, de 1958 a 1978, participó en las Olimpiadas de Ajedrez como integrante de la Selección de la URSS y tuvo una marca poco menos que increíble: 78 victorias, 150 empates y una derrota, por tiempo y en posición muy pareja.
Tigrán Vartánovich Petrosián, su nombre completo, vino al mundo el 17 de junio de 1929, en Tiflis, Georgia, pero adoptó la nacionalidad armenia, que era la que tenían sus padres. Hace un año hablamos sobre su vida en una crónica titulada “De barrendero a campeón mundial”.
Aunque aprendió a jugar casi a los 12 años, edad en la que los talentos de la actualidad ya buscan la jerarquía de gran maestro, su estilo posicional alcanzó tal altura que en 1963 lo llevó a convertirse en el noveno campeón mundial al superar sorpresivamente a Mikhail Botvinnik.
Tres años después retuvo su corona, 12.5 a 11.5, frente a Boris Spassky, quien lo destronó por fin en 1969. La pérdida del título pareció servir de acicate al armenio, que produjo luego varias de sus mejores partidas. Siguió en el ajedrez magistral hasta su muerte el 13 de agosto de 1984.
Aparte del juego ciencia, el armenio tuvo otras dos grandes aficiones, la música y la filosofía. Aunque siempre tuvo problemas con un oído, solía escuchar música clásica por lo menos media hora antes de sus partidas, principalmente cuando eran muy importantes.
En cuanto a la filosofía, materia en la que alcanzó el doctorado con la tesis “Algunos problemas de lógica en el análisis ajedrecístico”, que presentó en Ereván en 1968, Alguien debería traducir esa obra en los principales idiomas para ayudar al desarrollo del ajedrez en la alta competición y rendir homenaje a uno de los más grandes jugadores de la historia.
Rocoso
Pero no tan espectacular
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