Otra anécdota sobre Carlos Torre
MÉRIDA, Yucatán, 20 de enero._ En medio de la vorágine de piezas, capturas, desplazamientos, enroques, ataques al bastión rival y medidas defensivas, una dama negra fue sacada del tablero. Larga fila de trebejos colocados sobre varias mesas de madera se iba modificando al paso de un veterano, ilustre maestro que se enfrentaba al mismo tiempo a cerca de 15 adversarios.
El escenario era un céntrico local de Mérida, a fines de la década de los años sesenta o principios de los setenta del siglo pasado, según relataron dos aficionados de la vieja guardia que ahora deben tomar clases, en otra dimensión, con el gran maestro yucateco.
Se trata de don Francisco Bassó Dondé, quien fue tricampeón nacional de la tercera edad, y don Bernardo Cárdenas y Castro, el inolvidable mago de profesión conocido como “El Técnico”. Ambos, fallecidos hace varios años, disfrutaban vivamente cada vez que repetían el relato, que devino en una lección para un tramposo.
Cuando Torre volvió a la palestra donde había capturado la dama de ébano, se sorprendió de verla colocada de nuevo sobre la liza bicolor. El ingenuo simultaneado supuso que, en el maremágnum de modificaciones en cada uno de los 15 tableros, su prestigiado rival no repararía en la trampa.
Después de todo, ha de haber pensado el mal perdedor, era sólo una más entre las casi 500 piezas que danzaban sobre filas, diagonales y columnas en que, como dijera el poeta, se odian dos colores. Torre ni siquiera alzó la mirada para ver el rostro del tramposo.
Siempre humilde, con la sencillez de los auténticamente grandes, hizo como si no se hubiera dado cuenta de la mala acción, pero tomó nota del número de la mesa. Las combinaciones, surgidas espontáneamente según avanzada el simultaneador, dibujaban sobre los tableros agudas posiciones, en no pocas de las cuales había que hacer cálculos que a muchos les llevarían largo tiempo. No para el maestro, que las veía instantáneamente.
Algunas vueltas después, tras algunas capitulaciones de conductores de piezas negras, Torre de nuevo le atrapó la pieza más poderosa del tablero al ingenuo simultaneado. Cuando por fin la capturó, don Carlos se llevó la pieza a la bolsa derecha de su pantalón, en medio de la estupefacción del mal perdedor _quien así se dio cuenta que había sido pillado desde la primera vez_ y las risas burlonas de quienes jugaban en las mesas adyacentes.
Una lección sin palabras, pero magistral e inolvidable. Como sólo suelen dar los grandes.