Las diversas posturas al jugar ajedrez

Que no escapen las ideas

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A pensar con estilo ante el tablero 

Dos manos entrecerradas o con los dedos extendidos, como tratando de cerrar imaginarias grietas en la cabeza para que no escapen las ideas que fluyen a raudales. Es una escena algo común durante las batallas cerebrales que se disputan sobre la palestra cuadriculada. 

Por supuesto, hay quienes sólo fingen que piensan complicadas combinaciones en los laberínticos vericuetos del medio juego o una precisa maniobra, dechado de técnica que no se aparta ni un ápice de lo que dicta la teoría, en la fase final del combate. La demora en mover parece reforzar esa idea, al menos para los observadores. 

En realidad, con frecuencia es sólo una pose, un intento de adoptar un supuesto aire intelectual. Y eso lo imitan incluso los niños en sus primeros torneos y luego se vuelve una costumbre que brinda la oportunidad de captar en tierna imagen toda una estampa para la posteridad. 

Otros colocan la testa sobre ambas manos, apoyadas sobre la mesa, como si pesaran una barbaridad las secuencias que calculan sobre diagonales, filas y columnas, escenario de las confrontaciones de trebejos irreconciliables. 

Hay quienes se limitan a taparse los oídos con las manos, quizá para huir de cualquier sonido que atente contra su profunda concentración, y otros, por costumbre o víctimas del nerviosismo, se ponen de pie y dan paseos, cortos o largos, por la sala de juego. 

Algunos más simplemente cruzan los brazos y fijan la vista en el tablero. No pocas veces quedan como estatuas durante largo rato, sopesando cada lance, aunque a veces los traiciona un mohín o un gesto de desaprobación de sus planes. Suelen ser quienes más se concentran. 

Frente al campo de batalla de las ideas, cada jugador tiene su estilo de pensar, y la variedad es más amplia de lo que la mayoría se imagina. ¿Que esa postura refleja al menos en parte lo que pasa por su cabeza? Podría ser, pero los psicoanalistas aún no han opinado al respecto. 

A lo mejor ni siquiera han intentado analizar ese aspecto, aunque sería muy interesante deducir (o tratar de hacerlo) qué está pasando por la mente del combatiente que, inmerso totalmente en el juego, se inclina bastante sobre el tablero, como queriendo adentrarse físicamente en él. 

No faltan quienes miran fijamente a su adversario, con aire desafiante, como tratando de intimidarlo, y en contraste otros se cubren los ojos con las manos. Hasta hay quien usa lentes oscuros para no dejarse influenciar por miradas poco amistosas. 

Quienes entrelazan las manos parecen por momentos elevar una plegaria, bien sea para que cuajen sus elaborados planes defensivos o de ataque, o para no caer víctimas de alguna celada o una preparación casera cargada de malas intenciones. 

Cualquiera que sea su estilo de reflexionar frente al tablero, la mayoría está provista de cierto toque de elegancia y no deja de sorprender la amplia gama de posturas. Después de todo, el objetivo prioritario es concentrarse e hilar correctamente las ideas.    

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